Read Residence on Earth Page 17


  and in its thick ferment of lime and blood

  lives August,

  lives the month extracted from its deep goblet:

  with my hand I surround the new shadow of the growing wing:

  the root and the feather that tomorrow will form the thicket.

  It never abates, neither next to the iron-handed balcony,

  nor in the sea winter of the abandoned ones, nor in

  my slow step,

  the immense swelling of the drop, or the eyelid that

  wants to be opened:

  because I was born to be born, to cut off the passage

  of everything that approaches, of everything that beats

  on my breast like a new

  trembling heart.

  Lives lying next to my costume like parallel doves,

  or contained in my own existence and in my disordered sound

  to be again, to seize the naked air of the leaf and

  the moist birth of the earth in the garland:

  how long

  must I return and be, how long does the fragrance

  of the most buried flowers, of the waves most pounded

  on the high rocks, keep in me its homeland

  to be again fury and perfume?

  How long does the hand of the woods in the rain

  bring me close with all its needles

  to weave the lofty kisses of the foliage?

  Again

  I hear approach like fire in smoke,

  spring up from earthly ash,

  light filled with petals,

  and pushing earth away

  in a river of flowerheads the sun reaches my mouth

  like an old buried tear that becomes seed again.

  II LAS FURIAS Y LAS PENAS

  … Hay en mi corazón furias y penas …

  Quevedo

  (En 1934 Jue escrito este poema. Cuántas cosas han sobreveniáo desde entonces! España, donde to escribí, es una cintura de ruinas. Ay! si con sólo una gota de poesia O de amor pudiéramos aplacar la ira del mundo, pero eso sólo lo pueden la lucha y el corazón resuelto.

  El mundo ha cambiado y mi poesia ha cambiado. Una gota de sangre caída en estas tineas quedará vivicndo sobre ellas, indeleble como el amor.

  Marzo de 1939)

  En el fondo del pecho estamos juntos,

  en el cañaveral del pecho recorremos

  un verano de tigres,

  al acecho de un metro de piel fría,

  al acecho de un ramo de inaccesible cutis,

  con la boca olfateando sudor y venas verdes

  nos encontramos en la húmeda sombra que deja caer besos.

  Tú mi enemiga de tanto sueño roto de la misma manera

  que erizadas plantas de vidrio, lo mismo que campanas

  deshechas de manera amenazante, tanto como disparos

  de hiedra negra en medio del perfume,

  enemiga de grandes caderas que mi pelo han tocado

  con un ronco rocío, con una lengua de agua,

  no obstante el mudo frío de los dientes y el odio de

  los ojos,

  y la batalla de agonizantes bestias que cuidan el olvido,

  en algún sitio del verano estamos juntos

  acechando con labios que la sed ha invadido.

  Si hay alguien que traspasa

  una pared con círculos de fósforo

  y hiere el centro de unos dulces miembros

  y muerde cada hoja de un bosque dando gritos,

  tengo también tus ojos de sangrienta luciérnaga

  capaces de impregnar y atravesar rodillas

  y gargantas rodeadas de seda general.

  Cuando en las reuniones

  el azar, la ceniza, las bebidas,

  el aire interrumpido,

  pero ahí están tus ojos oliendo a cacería,

  a rayo verde que agujerea pechos,

  tus dientes que abren manzanas de las que cae sangre,

  tus piernas que se adhieren al sol dando gemidos,

  y tus tetas de nácar y tus pies de amapola,

  como embudos llenos de dientes que buscan sombra,

  como rosas hechas de látigo y perfume, y aun,

  aun más, aun más,

  aun detrás de los párpados, aun detrás del cielo,

  aun detrás de los trajes y los viajes, en las calles donde

  la gente orina,

  adivinas los cuerpos,

  en las agrias iglesias a medio destruir, en las cabinas

  que el mar lleva en las manos,

  acechas con tus labios sin embargo floridos,

  rompes a cuchilladas la madera y la plata,

  crecen tus grandes venas que asustan:

  no hay cáscara, no hay distancia ni hierro,

  tocan manos tus manos,

  y caes haciendo crepitar las flores negras.

  Adivinas los cuerpos!

  Como un insecto herido de mandatos,

  adivinas el centro de la sangre y vigilas

  los músculos que postergan la aurora, asaltas sacudidas,

  relámpagos, cabezas,

  y tocas largamente las piernas que te guían.

  Oh, conducida herida de flechas especiales!

  Hueles lo húmedo en medio de la noche?

  O un brusco vaso de rosales quemados?

  Oyes caer la ropa, las Haves, las monedas

  en las espesas casas donde llegas desnuda?

  Mi odio es una sola mano que te indica

  el callado camino, las sábanas en que alguien ha dormido

  con sobresalto: llegas

  y ruedas por el suelo manejada y mordida,

  y el viejo olor del semen como una enredadera

  de cenicienta harina se desliza a tu boca.

  Ay leves locas copas y pestañas,

  aire que inunda un entreabierto río

  como una sola paloma de colérico cauce,

  como atributo de agua sublevada,

  ay substancias, sabores, párpados de ala viva

  con un temblor, con una ciega flor temible,

  ay graves, serios pechos como rostros,

  ay grandes muslos llenos de miel verde,

  y talones y sombra de pies, y transcurridas

  respiraciones y superficies de pálida piedra,

  y duras olas que suben la piel hacia la muerte

  llenas de celestiales harinas empapadas.

  Entonces, este río

  va entre nosotros, y por una ribera

  vas tú mordiendo bocas?

  Entonces es que estoy verdaderamente, verdaderamente lejos

  y un río de agua ardiendo pasa en lo oscuro?

  Ay cuántas veces eres la que el odio no nombra,

  y de qué modo hundido en las tinieblas,

  y bajo qué lluvias de estiércol machacado

  tu estatua en mi corazón devora el trébol.

  El odio es un martillo que golpea tu traje

  y tu frente escarlata,

  y los días del corazón caen en tus orejas

  como vagos búhos de sangre eliminada,

  y los collares que gota a gota se formaron con lágrimas

  rodean tu garganta quemándote la voz como con hielo.

  Es para que nunca, nunca

  hables, es para que nunca, nunca

  salga una golondrina del nido de la lengua

  y para que las ortigas destruyan tu garganta

  y un viento de buque áspero te habite.

  En dónde te desvistes?

  En un ferrocarril, junto a un peruano rojo

  o con un segador, entre terrones, a la violenta

  luz del trigo?

  O corres con ciertos abogados de mirada terrible

  largamente desnuda, a la orilla del agua de la noche?

  Miras: no ves la luna ni el jacinto

  ni la oscuridad goteada de humedades,

  ni el tren de cieno, ni el marfil partido:

  ves cinturas delgadas como oxígeno,

  pechos que aguardan acumulando peso
/>
  e idéntica al zafiro de lunar avaricia

  palpitas desde el dulce ombligo hasta las rosas.

  Por qué sí? Por qué no? Los días descubiertos

  aportan roja arena sin cesar destrozada

  a las hélices puras que inauguran el día,

  y pasa un mes con corteza de tortuga,

  pasa un estéril día,

  pasa un buey, un difunto,

  una mujer llamada Rosalia,

  y no queda en la boca sino un sabor de pelo

  y de dorada lengua que con sed se alimenta.

  Nada sino esa pulpa de los seres,

  nada sino esa copa de raíces.

  Yo persigo como en un túnel roto, en otro extremo,

  carne y besos que debo olvidar injustamente,

  y en las aguas de espaldas, cuando ya los espejos

  avivan el abismo, cuando la fatiga, los sórdidos relojes

  golpean a la puerta de hoteles suburbanos, y cae

  la flor de papel pintado, y el terciopelo cagado por

  las ratas y la cama

  cien veces ocupada por miserables parejas, cuando

  todo me dice que un día ha terminado, tú y yo

  hemos estado juntos derribando cuerpos,

  construyendo una casa que no dura ni muere,

  tú y yo hemos corrido juntos un mismo río

  con encadenadas bocas llenas de sal y sangre,

  tú y yo hemos hecho temblar otra vez las luces verdes

  y hemos solicitado de nuevo las grandes cenizas.

  Recuerdo sólo un día

  que tal vez nunca me fue destinado,

  era un día incesante,

  sin orígenes, Jueves.

  Yo era un hombre trasportado al acaso

  con una mujer hallada vagamente,

  nos desnudamos

  como para morir o nadar o envejecer

  y nos metimos uno dentro del otro,

  ella rodeándome como un agujero,

  yo quebrantándola como quien

  golpea una campana,

  pues ella era el sonido que me hería

  y la cúpula dura decidida a temblar.

  Era una sorda ciencia con cabello y cavernas

  y machacando puntas de médula y dulzura

  he rodado a las grandes coronas genitales

  entre piedras y asuntos sometidos.

  Éste es un cuento de puertos adonde

  llega uno, al azar, y sube a las colinas,

  suceden tantas cosas.

  Enemiga, enemiga,

  es posible que el amor haya caído al polvo

  y no haya sino carne y huesos velozmente adorados

  mientras el fuego se consume

  y los caballos vestidos de rojo galopan al infierno?

  Yo quiero para mí la avena y el relámpago

  a fondo de epidermis,

  y el devorante pétalo desarrollado en furia,

  y el corazón labial del cerezo dejunio,

  y el reposo de lentas barrigas que arden sin dirección,

  pero me falta un suelo de cal con lágrimas

  y una ventana donde esperar espumas.

  Así es la vida,

  corre tú entre las hojas, un otoño negro ha llegado,

  corre vestida con una falda de hojas y un cinturón

  de metal amarillo,

  mientras la neblina de la estación roe las piedras.

  Corre con tus zapatos, con tus medias,

  con el gris repartido, con el hueco del pie, y con

  esas manos que el tabaco salvaje adoraría,

  golpea escaleras, derriba

  el papel negro que protege las puertas,

  y entra en medio del sol y la ira de un día de puñales

  a echarte como paloma de luto y nieve sobre

  un cuerpo.

  Es una sola hora larga como una vena,

  y entre el ácido y la paciencia del tiempo arrugado

  transcurrimos,

  apartando las sílabas del miedo y la temura,

  interminablemente exterminados.

  II FURIES AND SORROWS

  … in my heart there are furies and sorrows…

  Quevedo*

  (This poem was written in 1934. How many things have come to pass since then! Spain, where I wrote it, is a circle of ruins. Ah, if with only a drop of poetry or love we could placate the anger of the world, but that can be done only by striving and by a resolute heart.

  The world has changed and my poetry has changed. A drop of blood fallen on these lines will remain living upon them, indelible as love.

  March 1939)

  In the depths of our hearts we are together,

  in the canefield of the heart we cross through

  a summer of tigers,

  on the watch for a meter of cold flesh,

  on the watch for a bouquet of inaccessible skin,

  with our mouths sniffing sweat and green veins

  we find ourselves in the moist shadow that lets kisses fall.

  You, my enemy of so much sleep broken just

  like bristly plants of glass, like bells

  destroyed menacingly, as much as shots

  of black ivy in the midst of perfume,

  my enemy with big hips that have touched my hair

  with a harsh dew, with a tongue of water,

  despite the mute coldness of the teeth and the hatred of

  the eyes,

  and the battle of dying beasts that watch over oblivion,

  in some summer place we are together

  spying with lips invaded by thirst.

  If there is someone that pierces

  a wall with circles of phosphorus

  and wounds the center of some sweet members

  and bites each leaf of a forest giving shouts,

  I too have your bloody firefly eyes

  that can impregnate and cross through knees

  and throats surrounded by general silk.

  When in meetings

  chance, ashes, drinks,

  the interrupted air,

  but there are your eyes smelling of the hunt,

  of green rays that riddle chests,

  your teeth that open apples from which blood drips:

  your legs that stick moaning to the sun

  and your pearly teats and your poppy feet,

  like funnels filled with teeth seeking shade,

  like roses made of whips and perfume, and even,

  even more, even more,

  even behind the eyelids, even behind the sky,

  even behind the costumes and the travels, in the streets where

  people urinate,

  you sense the bodies,

  in the sour half-destroyed churches, in the cabins

  that the sea bears in her hands,

  you spy with your lips nonetheless florid,

  you knife through wood and silver,

  your great frightening veins swell: there is no shell,

  there is no distance or iron,

  your hands touch hands,

  and you fall making the black flowers crackle.

  You sense the bodies!

  Like an insect wounded with warrants,

  you sense the center of the blood and you watch over

  the muscles that disregard the dawn, you attack shocks,

  lightningflashes, heads,

  and you touch lingering the legs that guide you.

  Oh guided wound of special arrows!

  Do you smell the damp in the middle of the night?

  Or a brusque vase of burnt rosebushes?

  Do you hear the drop of clothes, keys, coins

  in the filthy houses where you come naked?

  My hatred is a single hand that shows you

  the silent road, the sheets where somebody has slept

  in fear: you come

  and roll on the floor handled and bitten,

  and the old odor of semen like a clinging vine

  of ashy flour slithers to your mouth.


  Ah slight and silly wineglasses and eyelashes,

  air that floods a half-open river

  like a single dove of irate river bed,

  like an emblem of rebellious water,

  ah substances, tastes, live-winged eyelids

  with a trembling, with a blind fearful flower,

  ah grave, serious breasts like faces,

  ah huge thighs covered with green honey,

  and heels and shadow of feet, and spent

  breath and surfaces of pale stone,

  and harsh waves that mount the skin toward death

  covered with heavenly soaked flour.

  Then, this river,

  does it go between us, and along one shore

  do you go biting mouths?

  Then am I really, really far away

  and does a river of burning water flow by in the dark?

  Ah how often you are the one that hatred does not name,

  and how sunken in the darkness

  and under what showers of mashed manure

  your statue devours the clover in my heart.

  Hatred is a hammer that strikes your gown

  and your scarlet brow,

  and the days of the heart faH on your ears

  like vague owls with eliminated blood,

  and the necklaces that tears formed drop by drop

  encircle your throat burning your voice as if with ice.

  It is so that you will

  never, never speak, it is so that never, never

  will a swallow come out of the tongue’s nest

  and so that its nettles will destroy your throat

  and a bitter ship’s wind will dwell in you.

  Where do you undress?

  In a railroad station, next to a red Peruvian

  or with a harvester, among the clods, by the violent

  light of the wheat?

  Or do you run around with certain fearful-looking lawyers,

  you stretched out nude, at the edge of the water of night?

  You look: you do not see the moon or the hyacinth

  or the darkness dripping with dampness,

  or the slimy train, or the split ivory:

  you see waists as slender as oxygen,

  breasts that wait getting heavier

  and just like the sapphire of lunar avarice